Jesús tiene Corazón

 

El Señor en el Evangelio nos dice: “Aprended de Mí que soy manso y humilde de Corazón” y en el curso de su vida se van descubriendo las múltiples manifestaciones de ese Corazón: Desde la Encarnación, el Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen, está vivo y descubre su acción misteriosa en la visita que María hace a su prima Isabel.

 

Luego, en múltiples pasajes se puede percibir su intimidad, su piedad, su compasión; se ve cómo se alegra, se admira, teme o se aflige…, y por encima de todo, se descubre un corazón que ama apasionadamente: al Padre y al Espíritu, y a los hombres, sus hermanos. “Habiendo amado a los suyos… los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

 

La última manifestación del amor de Cristo es la de su Corazón traspasado por la lanza del soldado en la cruz. Su importancia nos la quiere resaltar san Juan: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero” (Jn 19,35). Y ya resucitado, conserva las Llagas y el Costado abierto y los muestra a sus discípulos como señal definitiva de la victoria de su Amor misericordioso sobre el pecado y la muerte.

 

A lo largo de la historia a algunas personas escogidas les ha hecho el Señor adentrarse en ese misterio:

 

A fines del siglo XVII, en Francia, Jesucristo manifiesta su Amor bajo el signo de su Corazón, a santa Margarita María de Alacoque, religiosa de la Visitación de Santa María en Paray-le-Monial: “Mi Corazón está tan apasionado de amor por los hombres… que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por tu medio…”

 

Y poco después en España al P. Bernardo de Hoyos y otros jesuitas: “Entendí experimentalmente el gran misterio de que «un soldado le abrió el costado, y de continuo salió sangre y agua»” como escribe el P. Cardaveraz, S.I.