Los frutos de la devoción a María

 

 

Si el objeto último de la devoción a María es honrar a Dios y, con Él y por Él, a su Santísima Madre; el fruto que esa devoción produce, hace que el hombre mismo se beneficie con tan pródigos y tiernos cuidados que tiene la Virgen María para con sus hijos.

 

Los frutos de la devoción a la Santísima Virgen son los siguientes:

 

a) Quienes la honran obtienen una mayor benevolencia de parte de María. Ella por su gran poder de intercesión, consigue mayores gracias de Dios para que vivan mejor su vida cristiana, conduciéndolos hasta las cimas de la santidad. Ella es la Reina de los santos.

 

b) A los pecadores, que junto con el deseo de enmendarse la honran y se ponen bajo su protección, les alcanza la gracia de la conversión y no dejará de socorrerlos y de conducirlos a Dios. Ella es Refugio de los pecadores.

 

c) A quienes la invocan confiada y perseverantemente, María puede alcanzarles la gracia de la perseverancia final, don inestimable, como lo llama San Agustín. Y, por eso, le pedimos en el Ave María: «ruega por nosotros… en la hora de nuestra muerte». Ella es el Auxilio de los moribundos.

 

d) Finalmente, si tenemos en cuenta que la devoción a María se deriva de la fe en la Encarnación redentora, a mayor fe, mayor devoción y, en consecuencia, se confirman en la Iglesia los fundamentos de la fe y se desvanecen las herejías. Santa María es Madre de la Iglesia.