Consagración personal al Corazón de Jesús
por Florentino Alcañiz, S.J.
IMPORTANCiA
Tres clases de almas
Descansa un poquito, alma cristiana, del tráfico de la vida y escucha las amorosas palabras del Corazón de Jesús, de ese Dios de amor y misericordia, que tanto anhela tu bien.
Dime, hijo mío, ¿eres feliz? ¿Estás contento? ¿Tu corazón tiene paz? ¿Goza de aquella tranquilidad en lo hondo parecida a la quietud de la arena que des- cansa en el fondo de los mares muy profundos?
Tal vez eres tú de esas almas desgraciadas que lloran por encontrarse caídas a cada paso en la culpa, pero que a manera de palomas que tuviesen las alas apelmazadas de cieno, parece que no pueden acabar de levantarse. Tal vez eres de esas otras que caminan arrastrándose por la senda pendiente y estrecha de la virtud con la fría languidez de esa tisis del espíritu que se llama tibieza. Tal vez, en fin, seas de aquellas, ni pecadoras ni tibias, pero en cuya mirada triste se ve retratado el desaliento: almas que, o bien a la manera de águilas, con los vuelos recortados, se pasan toda la vida en lanzarse a los espacios y caer mil veces en tierra desalentadas, o bien, al modo de caminantes que marchasen por un arenal inmenso, se desaniman y hastían de andar y andar tantos años y tan poco adelantar. iCuánta compasión me causan todas estas pobrecitas almas! iY son tantas!
Un gran remedio
Sin embargo, oye las consoladoras ideas que he comunicado yo a mis confidentes íntimos para que fuesen como acueductos de plata o como cables eléctricos, por medio de los cuales se transmitiesen al mundo las luces y los ardores de mi Corazón amante.
«Los tesoros de bendiciones y de gracias que este Sagrado Corazón encierra, son infinitos; yo no sé que haya ningún ejercicio de devoción en la vida espiritual, que sea más a propósito para levantar un alma en poco tiempo a la perfección más alta y para hacerle gustar las verdaderas dulzuras que se encuentran en el servicio de Jesucristo».1
1 Sta. Margarita. Vida y Obras, carta 141.
«Yo no sé, mi querida madre, si comprenderá Vd. lo que es la devoción al corazón de Ntro. Señor Jesucristo de que le hablo, la cual produce un gran fruto y cambio en todos aquellos que se consagran a ella y se entregan con fervor».2
«Cuanto a las personas seglares, ellas hallarán por medio de esta amable devoción todos los socorros necesarios a su estado; esto es; la paz en sus familias, el alivio en sus trabajos, las bendiciones del cielo en todas sus empresas, el consuelo en sus miserias; y en este Sdo. Corazón encontrarán su lugar de refugio durante la vida y principalmente a la hora de la muerte. ¡Oh, qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al Corazón de Jesús!».3
«Sobre todo, haga Vd. porque la abracen las personas religiosas, porque sacarán de ella tantos auxilios, que no será necesario otro remedio para restablecer el fervor primitivo y la más exacta regularidad en las Comunidades menos observantes, y llevar a las que viven en más perfecta observancia, al colmo de la perfección».4
2 Idem, carta
3 Sta. Margarita. Vida y Obras, carta 141.
4 Idem.
Un viernes, después de la sagrada Comunión dijo Él a su indigna esclava, si mal no recuerdo, estas palabras: «Yo te prometo, en el exceso de la misericordia de mi Corazón, que su amor todopoderoso concederá a cuantos comulgaren nueve primeros viernes de mes seguidos la gracia de la penitencia final, o sea, que no morirán en desgracia mía, ni sin recibir los sacramentos, y que mi Corazón se constituirá en seguro asilo de ellos en aquel postrer momento».5
«Nuestro glorioso protector, San Miguel, acompañado de innumerable multitud de espíritus angélicos, me certificó de nuevo estar él encargado de la causa del Corazón de Jesús, como de uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la Iglesia, que en toda la sucesión de los siglos se han tratado desde que el mundo es mundo… Este misterio escondido a los siglos, este sacramento manifiesto nuevamente al mundo, este designio formado en la mente divina a favor de los hombres y descubierto ahora en la Iglesia, es uno de los que por decirlo así se llevan las atenciones de un Dios cuidadoso de nuestro bien y de la gloria del Salvador».6
5 Sta. Margarita. Vida y Obras, carta 87.
6 Uriarte, Vida del P. Hoyos. pág. 251.
«Parecióme ver (interiormente) que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable derramaba sus rayos sobre la tierra, primero en un espacio reducido, y que luego se extendía hasta iluminar el mundo entero. Y me dijo: con el resplandor de esa luz, los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados.»7
Dime, ahora, con toda sinceridad, hijo mío, si después de leer estas ideas, ¿no comienzas casi casi a persuadirte de que la devoción al Corazón de Jesús es algo grande en el mundo? Sí, hijo mío; si lo dudas, estudia con atención este asunto y te convencerás por ti mismo; esta convicción personal desearía Yo en todos mis fieles, sobre todo en mis sacerdotes y en mis religiosos; no creer porque se ha oído, sino conocer porque se ha visto; de esta manera se forman los convencidos, que son los que hacen algo en la tierra. iOh!, si lograse que tú fueses uno de esos convencidos de mi corazón.
7 Soeur Marie du D.C. Chasle, c. Xl, 357.
Dos clases de devoción
Yacen mis alhajas más preciosas allá en el fondo del cofre, porque todavía quedan muchos que no han caído enteramente en la cuenta. Esta devoción divi- na es un grueso filón de oro que atraviesa todo el campo de la Iglesia; generalmente se explotan las capas más exteriores que se hallan a flor de tierra, y por eso todo el mundo las descubre, y con muy poco trabajo pueden aprovecharse de ellas; ¿quién no conoce, por ejemplo, la Comunión de los primeros viernes de mes y la Consagración de las familias?
¿Quién no asiste de cuando en cuando a alguna fiesta en mi honor? ¿Quién no tiene su nombre escrito en la lista de alguna Congregación y cumple con una u otra de sus prácticas más fáciles? Todos estos son viajeros que, al pasar por el filón, se detienen un momento, remueven algo la arena, hallan algunas pepitas de oro y continúan su camino. Mas son pocos, hijo mío, los que se lanzan a ahondar de lleno en la mina, los que pudieran llamarse mineros de profesión.