Consagración

 

 

En efecto, la Consagración es la práctica fundamental de la devoción a mi Corazón Divino. Pero, ¡cuánta rutina se observa ya en este punto! Cuántas personas piadosas están haciendo cada día consagraciones que se hallan en los libros píos y, sin embargo, no son almas consagradas de verdad: más bien que hacer consagraciones las rezan, son rezadoras de consagraciones. Oye, hijo mío, en qué consiste la Consagración completa, según yo mismo enseñé a mis amigos más íntimos, según ellos lo explicaron en sus diversos escritos, y según lo dejaron confirmado con su ejemplo.

 

Un pacto

 

La Consagración puede reducirse a un pacto: a aquel que Yo pedí a mi primer apóstol de España, Bernardo de Hoyos, y antes en términos equivalentes, a mi sierva Sta. Margarita: Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi corazón cuidará de ti y de las tuyas. También contigo desearía hacer este pacto. Yo, que como Señor absoluto podría acercarme, exigiendo sin ningunas condiciones, quiero pactar con mis criaturas. Y tú, ¿no quieres pactar conmigo? No tengas miedo que hayas de salir perdiendo. Yo en los tratos con mis criaturas, soy tan condescendiente y benigno, que cualquiera pensaría que me engañan. Además es un convenio que no te obligará de suyo ni bajo pecado mortal, ni bajo pecado venial; Yo no quiero compromisos que te ahoguen; quiero amor, generosidad, paz; no zozobras y apreturas de conciencia.

 

Ya ves que el pacto tiene dos partes; una que me obliga a Mí y otra que te obliga a ti. A Mí, cuidar de ti y de tus intereses; a ti, cuidar de Mí y de los míos.

 

¿Verdad que es un convenio muy dulce?

 

Primera parte de la Consagración

 

Principiaremos por la parte mía: Yo cuidaré de ti y de tus cosas. Para eso es necesario que todas, es a saber: alma, cuerpo, vida, salud, familia, asuntos, en una palabra, todo: lo remitas plenamente a la disposición de mi suave providencia y que me dejes hacer. Yo quiero arreglarlas a mi gusto y tener las manos libres. Por eso deseo que me des todas las llaves; que me concedas licencia para entrar y salir cuando Yo quiera; que no andes vigilándome para ver y examinar lo que hago; que no me pidas cuenta de ningún paso que dé, aunque no veas la razón y aun parezca a primera vista que va a ceder en tu daño; pues, aunque tengas muchas veces que ir a ciegas, te consolará el saber que te hallas en buenas manos. Y cuando ofreces tus cosas no ha de ser con el fin precisamente de que Yo te las arregle a tu gusto, porque eso ya es ponerme condiciones y proceder con miras interesadas, sino para que las arregle según me parezca a Mí; para que proceda en todo como dueño y como Rey, con entera libertad aunque prevea alguna vez que mi determinación te haya de ser dolorosa. Tú no ves sino el presente, Yo veo lo por venir; tú miras con microscopio, Yo miro con telescopio de inconmensurable alcance; y soluciones, que de momento parecerían felicísimas, son a veces desastrosas para lo que ha de llegar; fuera de que en ocasiones, para probar tu fe y confianza en Mí y hacerte merecer gloria, permitiré de  momento, con intención deliberada, el trastorno de tus planes.

 

Mas con esto no quiero que te abandones a una especie de fatalismo quietista y descuides tus asuntos interiores. Debes seguir como ley aquel consejo que os dejé en el Evangelio: «Cuando hubiereis hecho cuanto se os había mandado, decid: siervos inútiles somos». Debes en cualquier asunto tomar todas las diligencias que puedas, como si el éxito dependiera de ti solo, y después decirme con humilde confianza:

 

«Corazón de Jesús, hice según mi flaqueza, cuanto buenamente pude; lo demás ya es cosa tuya, el resultado lo dejo a tu providencia». Y después de dicho esto, procura desechar toda inquietud y quedarte con el reposo de un lago en una tranquila tarde de otoño.

 

Lo que se debe ofrecer

 

Como dije, debéis ofrecerme todo sin excluir absolutamente nada, pues solo me excluyen algo las personas que se fían poco de Mí.

 

el Alma.- Ponla en mis manos: tu salvación eterna, grado de gloria en el cielo, progreso en virtud, defectos, pasiones, miserias, todo. Hay algunas personas que siempre andan henchidas de temores, angustias, desalientos por las cosas del espíritu. Si esto es, hijo mío, porque pecas gravemente, está muy justificado. Es un estado tristísimo el del pecado mortal, que a todo trance debes abandonar enseguida, ya que te hace enemigo formal mío. Esfuérzate, acude a Mí con instancia, que Yo te ayudaré mucho, y sobre todo confiésate con frecuencia, si puedes, que este es un excelente remedio. Caídas graves no son obstáculo para consagrarse a Mí, con tal que haya sincero deseo de enmienda; la Consagración será un magnífico medio para salir de este estado.

 

Hay otra clase de personas que no pecan mortal- mente y, sin embargo, siempre están interiormente de luto, porque creen que no progresan en la vida espiritual. Esto no me satisface. Debes también aquí hacer cuanto buenamente puedas según la flaqueza humana, y lo demás abandonarlo a Mí. El cielo es un jardín completísimo, y así debe contener toda variedad de plantas; no todo ha de ser cipreses, azucenas y claveles; también ha de haber tomillos; ofrécete para ocupar ese lugar. Todas esas amarguras en personas que no pecan gravemente nacen de que buscan más su gloria que la mía. La virtud, la perfección, tiene dos aspectos: el de ser bien tuyo y el de ser bien mío; tú debes procurarla con empeño, mas con paz, por ser bien mío, pues lo tuyo, en cuanto tuyo, ya quedamos en que debes remitirlo a mi cuidado. Además, debes tener en cuenta que si te entregas a Mí, la obra de tu perfección más que tú la haré Yo.

 

el cuerpo.- También Yo quiero encargarme de tu salud y tu vida, y por eso tienes que ponerlas en mis manos. Yo sé lo que te conviene, tú no lo sabes. Toma los medios que buenamente se puedan para conservar o recuperar la salud, y lo demás remítelo a mi cuidado, desechando aprehensiones, imaginaciones, miedos, persuadido de que no de medicinas ni de médicos, sino de Mí vendrán principalmente la enfermedad y el remedio.

 

Familia.- Padres, cónyuges, hijos, hermanos, parientes. Hay personas que no hallan dificultad en ofrecérseme a sí, pero a veces se resisten a poner resueltamente en mis manos algún miembro especial de su familia a quien mucho aman. No parece sino que voy a matar in continenti todo cuanto a mi bondad se confíe. ¡Qué concepto tan pobre tienen de Mí! A veces dicen que en sí no tienen dificultad en sufrir, pero no quisieran ver sufrir a esa persona; creen que consagrarse a Mí y comenzar a sufrir todos cuantos les rodean, son cosas inseparables. ¿De dónde habrán sacado esa idea? Lo que sí hace la Consagración sincera es suavizar mucho las cruces que todos tenéis que llevar en este mundo.

 

Bienes de fortuna.- Fincas, negocios, carrera, ofi- cio, empleo, casa, etc. Yo no exijo que las almas que me aman abandonen estas cosas, a no ser que las llame al estado religioso. Todo lo contrario, deben cuidar de ellas ya que constituyen una parte de las obligaciones de su estado. Lo que pido es que  las pongan en mis manos, que hagan lo que buena- mente puedan, a fin de que tengan feliz éxito; pero el resultado me lo reserven a Mí sin angustias ni zozobras, ni medio desesperaciones.

 

Bienes espirituales.- Ya sabes que todas las acciones virtuosas que ejecutes en estado de gracia, y los sufragios que después de tu muerte se ofrezcan por tu descanso, tienen una parte a la cual puedes renunciar a favor de otras personas ya vivas o ya difuntas. Pues bien, hijo mío, desearía que de esa parte me hicieras donación plena, a fin de que Yo la distribuya entre personas que me pareciere bien. Yo sé, mejor que tú, en quiénes preciso establecer mi reinado, a quiénes hace más falta, en dónde surtirá mejor efecto, y así podré repartirla con más provecho que tú. Pero esta donación no es óbice para que ciertos sufragios que la obediencia, la caridad o la piedad piden, en algunas ocasiones, puedas ofrecerlos tú.

 

Todo, pues, has de entregármelo con entera con- fianza, para que Yo lo administre como me parezca bien (y, aunque no debes hacerlo con miras interesa- das, ya verás cómo ocasiones sueltas pondré a prueba tu confianza haciendo que salgan mal), en con- junto, tus asuntos han de caminar mejor, tanto mejor cuanto tú te tomes mayor interés por los míos. Cuanto más pienses tú en Mí, más pensaré Yo en ti; cuanto más te preocupes de mi gloria, más me preocuparé de la tuya; cuanto más trabajes por mis asuntos, más trabajaré por los tuyos. Tienes que procurar, hijo mío, ser más desinteresado. Hay algunas personas que solo piensan en sí; su mundo espiritual es un sistema planetario en el que ellos ocupan el centro, y todo lo demás, incluso mis intereses, al menos prácticamente, son especies de planetas que giran en derredor; este egocentrismo interior es mal sistema astronómico.

 

Segunda parte de la Consagración

 

Hijo mío, hemos llegado con esto a la segunda parte de la Consagración: Cuida tú de mi honra y de mis cosas. Esta es la parte para ti más importante, porque en rigor es la propiamente tuya. La anterior era la mía: si en ella te pedí la entrega de todo, era con el fin de tener las manos libres para cumplir la parte del convenio que me toca; mas la tuya, en la que debes poner toda la decisión de tu alma, la que ha de formar el termómetro que marque los grados de tu amor para conmigo, es la presente: el cuidar de mis santos intereses.

 

¿Sabes cuáles son mis intereses? Yo, hijo mío, no tengo otros que las almas: estas son mis intereses y mis joyas y mi amor; quiero, como decía a mi sierva Margarita, establecer el imperio de mi amor en todos los corazones. No ha llegado todavía mi reinado; hay cierta extensión externa en las naciones católicas, pero este reinado hondo, por el cual el amor para conmigo sea quien no de nombre, sino de hecho mande, gobierne e impere establemente en el alma, ese reinado ¡qué poco extendido está aún en los pueblos cristianos! Y no es que el terreno falte; son numerosas las almas preparadas para ello, y cada día serán más; lo que faltan son apóstoles; dame un corazón tocado con este divino imán, y verás qué pronta- mente quedan imantados otros.

 

Maneras de apostolado

 

¡Qué fácil es ser mi apóstol! No hay edad, ni sexo, ni estado, ni condición que puedan decirse ineptos.

 

¡Son tantos los modos de trabajar! Míralos:

 

La oración: o sea, pedir al cielo mi reinado continuamente; pedirlo a mi Padre, pedírmelo a Mí, a mi Madre, a mis Santos. Pedirlo en la Iglesia, en casa, en la calle, en medio de tus ocupaciones diarias:

 

«¡Que reines!, Corazón Divino»; esta ha de ser la exclamación que en todo el día no se caiga de tus labios; repítela diez, veinte, cincuenta, cien, doscientas veces por día, hasta que se haga habitual; busca mañas e industrias para acordarte.

 

¿Quién no puede ser apóstol? ¡Y qué buen apostolado este de oración por instantáneas! Dame una muchedumbre de almas lanzando de continuo estas saetas y dime si no harán mella en el cielo; son moléculas de vapor, que se elevan, forman nubes, y se deshacen después en lluvia fecunda sobre el mundo.

 

el  sacrificio:  Primero  pasivo  o  de aceptación.

 

¡Cuántas molestias, disgustos, malos ratos, tristezas, sinsabores, pequeños o grandes, suelen sobreveniros a todos, como me sobrevinieron a Mí, a mi Madre y a mis Santos! Pues bien, todo eso, llevado en silencio, con paciencia y aun con alegría, si pue- des; todo eso, ofrecido porque reine, ¡qué apostolado tan rico! Hijo mío, la cruz es lo que más vale porque es lo que más cuesta. ¡Cuántas cruces se estropean tristemente entre los hombres! ¡Y son joyas tan preciosas! En segundo lugar, el sacrificio activo o de mortificación; procura habituarte al vencimiento frecuente en cosas pequeñas, práctica tan excelente en la vida espiritual. Vas por la calle y te asalta el deseo de mirar tal objeto, no lo mires; tendrías gusto de probar tal golosina, no la pruebes; te han inculpado una cosa que no has hecho, y no se sigue gran perjuicio de callar, cállate; y así en casos parecidos, y todo por que Yo reine. Y si tu generosidad lo pide puedes pasar a penitencias mayores. Ya ves, ¡qué campo de apostolado se presenta ante tus ojos, y este sí que es eficaz!

 

Ocupaciones diarias: algunas personas dicen que no pueden trabajar por el reinado del Corazón de Jesús por estar muy ocupadas, como si los deberes de su estado, las obligaciones de su oficio y sus quehaceres diarios, hechos con cuidado y esmero, no pudieran convertirse en trabajos apostólicos. Sí, hijo mío, todo depende de la intención con que se hagan. Una misma madera puede ser trozo de leña que se arroje en una hornilla, o devotísima imagen que se ponga en un altar. Mientras te ocupas en eso procura muchas veces levantar a Mí tus ojos y como saborearte en hacerlo todo bien, para que todas tus obras sean monedas preciosísimas que caigan en el cepillo que guardo para la obra de mi reinado en el mundo. Debes también esforzarte, aunque con paz, por ser cada día más santo; porque cuanto más lo seas, tendrá mayor eficacia lo que hicieres por mi gloria.

 

La propaganda: a veces pudieras prestar tu favor a alguna empresa de mi Corazón Divino; recomendar tal o cual práctica a las personas que están a tu alrededor, ganarlas si puede ser, a fin de que se entreguen a Mí como te entregaste tú. Y si tienes dificultad en hablar, un folleto no la tiene; dalo o recomiéndalo; colócalo otras veces en un sobre y envíalo de misión a cualquier punto del globo.

 

¡Cuántas almas me han ganado donde menos se pensaba estos misioneros errabundos!

 

¡Ya ves si existen maneras de trabajar por mi Reino! Si no luchas, no será por falta de armas. No hay momento en todo el día en que no puedas manejar alguna de ellas. Debes mirar al girasol o al heliotropo, que miran sin cesar al astro rey. Es muy fácil ser mi apóstol. Y, ¡qué cosa tan hermosa una vida de continuo iluminada por este ideal esplendoroso!

 

¡Todas las obras del día selladas con sello de apostolado, y del apostolado magnífico del amor! ¡Todas las obras del día convertidas en oro de caridad! A la hora de la muerte, qué dulce será, hijo mío, echar una mirada hacia atrás y ver cinco, diez, veinte o más años de trescientos sesenta y cinco días cada uno, pasados todos los días así.

 

La reparación

 

¿Quieres amarme de veras? Dos cosas hace el amor: procurar todo el bien de que carezca a quien se ama y librarle del mal que sobre él pesare. Con el apostolado me procuras el bien, me das las almas; con la reparación me libras del mal, lavas mi divino honor de las manchas que le infieren los pecados. Sí, hijo mío, puede una injuria borrarse, dando una satisfacción. Y ¡cuántas podrías tú darme, no solo por tus pecados, sino por los infinitos que cada día se come- ten! Yo no quiero agobiarte con mil prácticas; las mismas oraciones, sacrificios, acciones de cada día y propaganda entusiasta que sirven de apostolado, sir- ven de reparación si con esa intención se hacen. ¡Que reines, perdónanos nuestras deudas! Porque reines, y por lo que te ofendemos, han de ser jaculatorias que siempre estén en tus labios. Dos oficios principales tuve en mi vida terrestre; el de apóstol, que funda el Reino de Dios, y el de sacerdote y víctima que expía los pecados de los hombres. Quiero que los mismos tengas tú. Con la Devoción a mi Corazón Divino pretendo hacer de cada hombre una copia exacta mía, un pequeño redentor. ¡Qué sublime y qué honroso para ti!

 

Conclusión 

 

Ánimo, pues, ¡lánzate! Si mil personas lo han hecho y eran de carne y hueso cual tú; escoge un día de fiesta, el primero que ahora llegue; te vas preparando mientras tanto con lectura reposada de todas esas ideas; llegado el día escogido, confiesas y comulgas con fervor y, cuando dentro de tu pecho me tuvieres, es la mejor ocasión de hacer tu consagración. Para facilitarte el trabajo, y porque es muy necesario que la consagración sea completa, ya que ha de constituir todo un programa de vida, tienes abajo un esbozo con todas las ideas necesarias. Pero repito, hijo mío, que no te asustes; no te obliga nada de eso a pecado ni venial, quiero anchura de corazón, generosidad y amor; solo pido que te resuelvas a hacer por cumplirla lo que puedas buenamente. ¡Quién no puede hacer lo que buenamente pueda!

 

Después no te olvides de volverla a renovar cada día en la iglesia o en tu casa, porque hacerla a diario es un punto muy importante, si no la renuevas cada día pronto la abandonarás; si la renuevas, acabarás por cumplirla. Así lo hagas, hijo mío, si con decisión abrazas este santo derrotero, ¡qué brisa primaveral!

 

¡Qué corriente de sangre joven y vigorizante advertirás en tu alma!

 

Y ahora, hijo mío, dos consejos para terminar: uno es que procures no olvidarme en el sagrario. Me agrada el culto a mi imagen, pero más vale mi persona que mi imagen. La Eucaristía es mi sacramento, porque es el del Amor. Yo quisiera que me recibieses con alguna más frecuencia, y quisiera también verte alguna vez entre día; ¡no sabes lo que agradezco estas visitas de amigo!; ¡estoy frecuentemente tan solo! El otro consejo es que procures, si es posible, sacar un ratito al día para leer y meditar cosas de mi Corazón; de este modo, poco a poco, irás abriendo la concha en que se guarda la perla de esta devoción divina.